Sólo las sociedades sanas pueden crear riquezaSólo las sociedades sanas pueden crear riqueza

Sólo las sociedades sanas pueden crear riquezaSólo las sociedades sanas pueden crear riqueza

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Mucho se habla de ESG, como tiempos atrás se habló de RSC, RS, o sostenibilidad sin más. Esta sucesión de acrónimos no es más que el reflejo de la búsqueda de una manera de expresar que, en sociedades enfermas, las empresas enferman y tienen más posibilidades de morir. Sin embargo, en sociedades sanas, es más probable que las empresas crezcan, se desarrollen y generen riqueza.

Se comprobó de forma traumática durante la pandemia, momento en el que cada sociedad descubrió en unos casos y confirmó en otros sus carencias, brechas y fallas. Pocas veces como entonces se puso de manifiesto de forma tan clara el papel que las empresas tienen en la sociedad. Con lo que hacen y con lo que dejan de hacer son agentes claves en la configuración de un modelo social, económico y político. De ahí que cada vez se hable más del rol social y político de la empresa. ESG, por tanto, no es más que la forma de expresar los vectores claves de incidencia de las empresas en cada sociedad. La “E” (“A” en castellano”) incide en los impactos en la biosfera, la “S” en la sociedad y la “G” en la gobernanza, la forma de tomar las decisiones y de relacionarse con los otros.

Occidente ha vivido en década y media tres cisnes negros: la crisis financiera de 2008, la pandemia, y ahora la guerra derivada de la invasión de Ucrania por parte de Putin, con sus derivadas energéticas, económicas, sociales y políticas. Tres grandes momentos que han subrayado la importancia de contar con estrategias a largo plazo con la suficiente flexibilidad para adaptarse a cada coyuntura manteniendo el rumbo. De fondo, una crisis climática manifestándose ya en toda su crudeza y con afecciones notables no sólo en el medio natural, sino también en la economía, en el incremento de la desigualdad, en el agravamiento de conflictos por los recursos y en la salud humana. Cuesta imaginar un sector primario boyante con pérdidas de más del 30% de la cosecha del cereal por las altas temperaturas, de la misma manera que es difícil incentivar el dinamismo económico con más de un 15% de la población en situación de pobreza energética, o desarrollar nuevos emprendimientos en zonas presas de los conflictos por el agua. Todo esto, sin olvidar que, según los últimos datos del Instituto de Salud Carlos III, casi 6.000 personas han muerto en España en el último año por causas atribuibles a la temperatura.

Quien hoy sea consciente del impacto que su empresa tiene es porque ha entendido que el momento social, económico y político incide directamente en su actividad, y tratar de que sea lo mejor posible redunda también en beneficio de su negocio. Se podrá objetar que esto es así a largo plazo, pero las cuentas de resultado funcionan a corto, y es cierto. Ahora bien, ¿puede una empresa no tener una estrategia más allá del cierre de cuentas anual? Si así fuera, esta empresa estaría comprometiendo no sólo su supervivencia, sino la del conjunto de la sociedad en que opera.

Esto supone pasar de un enfoque de ESG como gestión de riesgos fundamentalmente asociado a lo reputacional, a entender la ESG como la gran oportunidad para analizar los desafíos de las sociedades en que se trabaja y gestionarlos desde el ámbito propio de cada negocio, dejando así de ser parte del problema para convertirse, de forma cierta, en parte de la solución.

En un momento de cambios disruptivos es vital para cualquier organización saber dónde quiere ir, analizar la coyuntura, adaptarse a cada situación, y mantener el rumbo firme. De ahí que una buena estrategia de ESG, que es tanto como decir una buena estrategia empresarial, deba partir de un análisis de los impactos, positivos y negativos que genera, para, a continuación, preguntarse en qué sociedad necesita vivir para poder seguir generando riqueza. Después, sólo quedará responder: ¿qué y cómo aportar a la salud de esa sociedad y, por tanto, a la de la empresa?Mucho se habla de ESG, como tiempos atrás se habló de RSC, RS, o sostenibilidad sin más. Esta sucesión de acrónimos no es más que el reflejo de la búsqueda de una manera de expresar que, en sociedades enfermas, las empresas enferman y tienen más posibilidades de morir. Sin embargo, en sociedades sanas, es más probable que las empresas crezcan, se desarrollen y generen riqueza.

Se comprobó de forma traumática durante la pandemia, momento en el que cada sociedad descubrió en unos casos y confirmó en otros sus carencias, brechas y fallas. Pocas veces como entonces se puso de manifiesto de forma tan clara el papel que las empresas tienen en la sociedad. Con lo que hacen y con lo que dejan de hacer son agentes claves en la configuración de un modelo social, económico y político. De ahí que cada vez se hable más del rol social y político de la empresa. ESG, por tanto, no es más que la forma de expresar los vectores claves de incidencia de las empresas en cada sociedad. La “E” (“A” en castellano”) incide en los impactos en la biosfera, la “S” en la sociedad y la “G” en la gobernanza, la forma de tomar las decisiones y de relacionarse con los otros.

Occidente ha vivido en década y media tres cisnes negros: la crisis financiera de 2008, la pandemia, y ahora la guerra derivada de la invasión de Ucrania por parte de Putin, con sus derivadas energéticas, económicas, sociales y políticas. Tres grandes momentos que han subrayado la importancia de contar con estrategias a largo plazo con la suficiente flexibilidad para adaptarse a cada coyuntura manteniendo el rumbo. De fondo, una crisis climática manifestándose ya en toda su crudeza y con afecciones notables no sólo en el medio natural, sino también en la economía, en el incremento de la desigualdad, en el agravamiento de conflictos por los recursos y en la salud humana. Cuesta imaginar un sector primario boyante con pérdidas de más del 30% de la cosecha del cereal por las altas temperaturas, de la misma manera que es difícil incentivar el dinamismo económico con más de un 15% de la población en situación de pobreza energética, o desarrollar nuevos emprendimientos en zonas presas de los conflictos por el agua. Todo esto, sin olvidar que, según los últimos datos del Instituto de Salud Carlos III, casi 6.000 personas han muerto en España en el último año por causas atribuibles a la temperatura.

Quien hoy sea consciente del impacto que su empresa tiene es porque ha entendido que el momento social, económico y político incide directamente en su actividad, y tratar de que sea lo mejor posible redunda también en beneficio de su negocio. Se podrá objetar que esto es así a largo plazo, pero las cuentas de resultado funcionan a corto, y es cierto. Ahora bien, ¿puede una empresa no tener una estrategia más allá del cierre de cuentas anual? Si así fuera, esta empresa estaría comprometiendo no sólo su supervivencia, sino la del conjunto de la sociedad en que opera.

Esto supone pasar de un enfoque de ESG como gestión de riesgos fundamentalmente asociado a lo reputacional, a entender la ESG como la gran oportunidad para analizar los desafíos de las sociedades en que se trabaja y gestionarlos desde el ámbito propio de cada negocio, dejando así de ser parte del problema para convertirse, de forma cierta, en parte de la solución.

En un momento de cambios disruptivos es vital para cualquier organización saber dónde quiere ir, analizar la coyuntura, adaptarse a cada situación, y mantener el rumbo firme. De ahí que una buena estrategia de ESG, que es tanto como decir una buena estrategia empresarial, deba partir de un análisis de los impactos, positivos y negativos que genera, para, a continuación, preguntarse en qué sociedad necesita vivir para poder seguir generando riqueza. Después, sólo quedará responder: ¿qué y cómo aportar a la salud de esa sociedad y, por tanto, a la de la empresa?

Cristina MongeSenior Advisor de LLYC

Cristina MongeSenior Advisor de LLYC